Educación sexual del terror, la abstinencia y el heterosexismo como fórmula

Cuando la pubertad ya había arribado mi existencia, la profesora que se desempeñaba como orientadora del grupo repartió, como parte de una especie de clase sobre educación sexual, un folleto que afirmaba que si tenías sexo te morirías; bueno, no así, pero era un catálogo de pánico donde sexo era sinónimo de enfermedad y la abstinencia prevalecía como la mejor (por no decir única) solución ante un escenario en el que aparentemente no existía alternativa ante las infecciones de transmisión sexual y el embarazo imprevisto. Ese folleto siempre me dio risa y con el tiempo enojo.
Más adelante, un profesor nos hizo ponerle un condón a un plátano, fue la oportunidad de que todos sacaran sus albures favoritos; todo fue risas y diversión hasta que aparecieron reclamos de papás y quejas de alumnos que se sintieron ofendidos (no por los albures, sino por el plátano).
Nadie nos explicó por qué el plátano, por qué el condón, fue una especie de ritual que daba por sabido todo (incluidas las analogías), suponía una sola forma de sexualidad y su meta era licenciarnos para decidir no tener sexo.
Como era de esperarse, en la secundaria los discursos homofóbicos también predominaban; tras una alusión a las parejas del mismo sexo, el profesor de Español dijo que ser homosexual estaba mal, nos explicó a 60 adolescentes (porque escuela pública) de 13 años que ser homosexual era una anomalía y después de echarse un discurso que aludía a lo religioso sometió a votación la homosexualidad (así como escucharon):
“Alcen la mano los que están en contra de la homosexualidad y que piensen que está mal”, dijo, y 59 manos se alzaron en el salón.
“Alcen la mano los que opinen lo contrario”, alcé mi mano.
Leopoldo me regañó, me reprendió diciendo que me hacía daño leer cosas sobre demonios (¿?) y comparó a los homosexuales con los Pokémon; porque claro, para él éramos unos fenómenos con formas antinaturales de tres cabezas (supuse que utilizó a Dodrio como ejemplo, claro sin conocer su nombre).
Mientras que los profesores nos intentaban hablar de sexo y nos prohibían los noviazgos, las y los jóvenes resolvíamos nuestras dudas entre sí durante el receso y quienes ya habían iniciado su vida sexual (porque han de saber que la edad promedio en la que lxs jóvenes inician su vida sexual es a los 13 años) narraban experiencias que parecían irreales con la posibilidad de ser vistos como héroes o putas, según los prejuicios de género.
Varios embarazos no deseados, fugas de casa de mamá y papá, matrimonios planeados a los 14 años, rumores de abuso sexual que no fueron confirmados y que no pasaron de los pasillos, homofobia casual.
“Abstinencia”, decían los maestros.
Ya en la prepa, los maestros organizaron una serie de conversaciones con motivo de la innovación y la tecnología, una de ellas versó sobre el condón. La enfermera que expuso dijo que los condones “no protegían del Sida (sic) porque el virus podía pasar a través de ellos”. Luego contó historias tenebrosas sobre el sexo tipo: “A un hombre una prostituta (sic) le arrancó el pene mientras le hacía sexo oral porque en ese momento a ella le dio un ataque de epilepsia”.
Después vinieron fotos de chancros, pus y úlceras. Vincular el miedo a una vida sexual activa era la meta. Nos inculcaban el terror a nuestra sexualidad. De nuevo, la solución era la abstinencia.
En algunas clases se debatía moralmente sobre el aborto, homosexualidad y pornografía. Por supuesto que algunas profesoras y profesores apostaban por lo contrario, pero el consenso prohibicionista, la falta de información y la homofobia casual predominaban.
De nuevo, acoso homofóbico, embarazos no deseados, deserción escolar por embarazo o matrimonio (ella a la casa, él al trabajo), abortos clandestinos, juicios a mujeres que tenían sexo.
Imaginemos estos escenarios en un municipio del Estado de México (Chimalhuacán, por ejemplo), en un contexto de pobreza, poco acceso a internet, inseguridad, una brecha cultural enorme y una configuración familiar machista que por ende anula la sexualidad de las mujeres y condena la homosexualidad.
Prácticamente ese tipo de educación (es un decir) sexual, sumada a una estructura de desigualdad, determinó la vida de muchos de nosotros. Nunca nadie en la adolescencia nos habló sobre conocer nuestro cuerpo, consenso, placer, prevención, reducción de daños, otras formas de placer fuera del coito. Todo era negación, abstinencia y prejuicio.
Esa educación heterocentrista del terror y la abstinencia nos forjó a muchos y nos convirtió en sus operadores, pues a ciegas culpamos a una persona por lo que más bien es el resultado de una estructura que genera desigualdad, incapacidad de decidir y perpetua la pobreza.
Sé que varios de por acá también fueron producto de esa educación porque juzgan sin comprender las desigualdades, condenan a mujeres que ejercen su sexualidad y aún hoy se preguntan si el aborto es un asesinato y si la homosexualidad es antinatural.
Hoy me siento sobreviviente de esa educación sexual heterocentrista del terror y la abstinencia, pero más que sobreviviente, la excepción de una regla de la que miles de jóvenes quizás no puedan escapar por la falta o negación de herramientas. No hablo de la educación sexual integral como parte de una fórmula de éxito, sino como un recurso que nos permita tomar decisiones con base en información científica, ética y libre de prejuicios. Y ustedes ¿sobrevivieron a esa educación o son su producto?
Por David Olvera (@davelicos_)
Pedagogo, maestrante en Estudios de Género en la UNAM, reportero cultural y cofundador de Desastre MX.