Las muchas marchas del orgullo LGBTIQ
Este sábado volví a participar en la Marcha del Orgullo LGBTIQ en la CDMX y fue una experiencia sumamente grata, no sólo porque estuve acompañado de personas que aprecio y que se han convertido para mí en una especie de familia elegida, sino porque pude darme cuenta de que, lejos de lo que algunas generalidades apuntan, la marcha no ha logrado ser cooptada en su totalidad por un discurso despolitizado, capitalista y blanqueado.
A lo largo de mi caminata por Reforma hasta llegar al Zócalo, me percaté de que la disidencia no es en lo absoluto una cuestión insular o extraña a la marcha, sino que se encuentra dispersa (que no por eso desarticulada) por toda ella. Fui testigo de múltiples expresiones de personas lesbianas, bisexuales, gays, trans y no binarias que ponían el cuerpo en la marcha, y en dichas manifestaciones estas personas hacían un posicionamiento claro en torno a las dificultades e injusticias que implica no ser heterosexual y cisgénero en un mundo mayoritariamente heterosexual y cisgénero.
Jóvenes que denunciaban los discursos de odio que se han camuflajeado de libertad de expresión; personas que se oponían al genocidio en Palestina y apelaban por un orgullo sin apartheid; un ataúd que invocaba el dolor por las pérdidas de las vidas trans víctimas de la violencia; personas que honraban la memoria de le magistrade Ociel Baena cuyo caso nos recordó de golpe la atmósfera de odio en la que vivimos; contingentes que clamaban justicia por Paola, Alessa, Natalia y muchas otras mujeres trans asesinadas; padres y madres orgullosos de sus hijos y que ofrecían abrazos en un país en el que hasta hace meses eran legales las “terapias de conversión”; pancartas contra el racismo y el clasismo que atraviesan tantas personas LGBTIQ.
Una combinación de rabia, dolor y lucha en medio de un ambiente festivo, porque eso es una marcha como la del orgullo LGBTIQ: una manifestación de múltiples experiencias, denuncias y posiciones políticas que evidencian el miedo y la discriminación que vivimos las personas que no encajamos en la norma heterosexual, pero que no renunciamos al derecho a ser felices, a divertirnos y a celebrar nuestra supervivencia en un mundo que no nos quiere ni vivos, ni felices, ni visibles, ni realizados.
Un grito y una fiesta, dolor y celebración, denuncia y convite. Eso es la marcha: una apuesta por re-hacer el mundo.
La marcha no es una sola y no es —como desearían quienes creen que lo LGBTIQ es un simple nicho de mercado (y que incluso han luchado para que sea sólo eso)— simplemente un terreno para el despliegue de estrategias publicitarias.
La marcha no es sólo una y no está —como apuntan quienes creen que la disidencia tiene copyright y que han hecho de la lucha por una democracia sexual el escenario de su desmedido ego— cooptada en su totalidad por la uniformidad del pensamiento capitalista, tokenista e integracionista.
La marcha no es sólo una y no hay una única forma de ser disidente, ni una única forma de responder a la cooptación de un movimiento, ni a la fagocitación de los discursos críticos, porque no niego que eso esté pasando, sino que me niego a que pensemos que la marcha LGBTIQ es una causa perdida.
Digo esto porque año con año escucho cada vez más de diferentes personas el desinterés por participar en la marcha debido a que “ya no es lo que era antes”, “está despolitizada”, “es solo una fiesta”, “parece un carnaval”, “representa intereses comerciales”, entre otras opiniones que están construidas desde la parcialidad de una mirada que no se atreve a mirar más allá.
Cada quien tiene derecho a sentir decepción por lo que cree en lo que ha devenido la marcha, pero prefiero que hagamos una apuesta por hacer del desencanto una oportunidad, por no abandonar la potencia política que tiene el acto de ocupar la calle, de encontrarnos en ella, de abrazarnos, de gritar juntxs de rabia y de celebrar que existimos porque resistimos. Porque tal como lo demuestra la diversidad de participantes que pude ver en esta marcha: las disidencias se desbordan y no caben en un solo contingente.
Por David Olvera (@davelicos_)
Pedagogo, maestrante en Estudios de Género en la UNAM, reportero cultural y cofundador de Desastre MX.